LA INDEPENDENCIA LÍRICA DE BRUCE SPRINGSTEEN

                     

La madurez en composición de The Boss impuso un  sello de calidad al inicio de los 80s. Mientras su grupo de respaldo E Street Band soltaba electricidad y entusiasmo casi atlético, sus letras se iban  haciendo cada vez más reflexivas, con tonos de pesadumbre y retratos de humanidad frágil.  En 1980 se publica The River, un album doble de cara y sello que salpicaba fiesta y adolecía resaca emocional. Un éxito de dos facetas, un contenedor de respeto y entusiasmo al son de Bruce Springsteen.

En aquel disco de heartland rock, pellizcos de folk y atisbos rurales yace la nostalgia penosa de "Independence Day". El lado oscuro de Bruce es sentido, parsimonioso, casi luctuoso. El tempo de la batería de Max Weinberg invita a sentarse entre lágrimas, el piano de Roy Bittan es cómplice de notas melancólicas y los vocales de Springsteen se rasgan de pesar arrepentido, una línea de la vida opaca que se lastima entre el recuerdo. Mientras tanto, Clarence Clemons brinda respiración artificial con un saxo que retumba en las paredes del agobio.

Aquella declaración de independencia musical no es otra cosa que dejar la morada ancestral de New Jersey para vivir un camino propio. La oposición entre padre e hijo es el principal detonante, pulpa de amargura y con el paso del tiempo ahogo del anhelo. Springsteen siente el vacío sin fin pero sabe que no hay reversa ante la lontananza. Una condena de tiempo indefinido que lo conduce al alivio musical, al carraspeo de la añoranza y una pequeña redención con sus orígenes. El sollozo que se inclina por regresar a casa.

'There was just no way this house could hold the two of us/
I guess that we were just too much of the same kind'



Comentarios